Economía

Cuando el ‘crowdfunding’ sale mal: estafas, retrasos y fracasos

Las plataformas de microfinanciación defienden el carácter arriesgado de sus proyectos y abogan por la transparencia mientras combaten el fraude

La modalidad más conocida del crowdfunding es aquella en la que un grupo de personas patrocinan una campaña a cambio de obtener el producto que están apoyando. La cuestión es que, si inviertes en uno de estos proyectos, nada te asegura a ciencia cierta que obtendrás tu recompensa. Según un estudio de la Universidad de Pensilvania, en el 9% de los proyectos de la plataforma de microfinanciación Kickstarter, la más conocida del mundo en este campo, los creadores no cumplen con la entrega del producto a quienes les han financiado. Sin embargo, tres de cada cuatro patrocinadores que habían apoyado uno de estos proyectos afirmaban que estarían dispuestos a patrocinar otra iniciativa en la plataforma. ¿A qué se debe este exceso de confianza?

En primer lugar, es importante entender que rara vez el hecho de que un patrocinador deje de recibir su recompensa nos permite hablar de que alguien se haya hecho rico a su costa. Enoc Armengol, fundador de Dynamic Growth, una compañía que ayuda a startups a conseguir financiación mediante este sistema, explica que las plataformas de crowdfunding “pagan la fiesta, es decir, pueden ayudar a cubrir fondos, pero no sirven para hacer dinero”.

Aclara que quienes las utilizan suelen tardar de seis meses a un año en terminar sus proyectos, pero por el camino pueden surgir todo tipo de problemas que los retrasen o acaben con ellos. “Al fin y al cabo, son startups”, recuerda.

Tampoco parece que exista un problema regulatorio que genere desconfianza. Los crowdfunding de inversión y préstamos se regulan por la Ley de fomento de la financiación empresarial y los de recompensa, como cualquier otro comercio electrónico. “Hay control e implicaciones legales cuando existen malas prácticas”, resume Valentí Acconcia, un consultor de crowdfunding que ha ayudado a recaudar cerca de tres millones de euros para más de 200 proyectos. “No hace falta una regulación mayor, ya que la existente es lo suficientemente sólida y exigente”.

  • ¿Cuándo podemos hablar de una campaña fraudulenta?

El segundo proyecto que más dinero ha recaudado Kickstarter pedía 40.000 euros para desarrollar una nevera portátil con distintas funcionalidades. Consiguió levantar 11 millones con la promesa de entregar el producto a sus inversores en febrero de 2015, cuando preveían tenerlo terminado. Pero el éxito de la campaña aumentó la demanda y la complejidad de los procesos de envío, logística y certificación, por lo que la entrega no fue como esperaban. Hoy, la nevera se puede comprar a través de su web o de Amazon por algo más de 300 euros, pero un tercio de quienes invirtieron no la ha recibido y no espera hacerlo hasta dentro de tres años.

Acconcia reconoce que una campaña mal gestionada debería rendir cuentas ante sus mecenas, pero considera que hablar de fraude es otra historia. “Un proyecto fraudulento es aquel que ha implicado un engaño de forma deliberada a sus contribuyentes”, define. Los fondos recaudados de esta manera representan menos del 1% del total.

Aunque estas prácticas no estén tan extendidas en términos relativos —el fraude en el comercio electrónico afecta al 0,9% de las transacciones, según un informe de Cybersource—, no podemos decir que no exista un problema. De 2010 a 2015, los mecenas aportaron 30 millones de dólares a campañas fraudulentas solo en estas dos plataformas, de acuerdo con un estudio conjunto de varios investigadores de universidades americanas y europeas.

“Las plataformas de crowdfunding no se hacen responsables de la gestión de los fondos recaudados, pero eso no significa que no ofrezcan un sistema de filtro de proyectos que minimice los casos de fraude o mala gestión”, explica Acconcia.

Aunque lanzar un proyecto de crowdfunding es un acto público en el que los creadores se juegan su reputación, Sean Leow, responsable internacional de Kickstarter, explica que, para evitar engaños, las plataformas también se encargan de verificar la autenticidad de sus iniciativas. “Nuestro equipo de integridad utiliza algoritmos complejos y herramientas automatizadas para identificar e investigar cualquier abuso potencial del sistema”, expone. “Y no dudamos en suspender proyectos que rompen nuestras reglas”.

 

Pero, ante todo, Leow reconoce que una gran parte de la responsabilidad de la plataforma es asegurarse de que las expectativas queden claras desde el primer momento. “Debemos asegurarnos de que la gente comprenda que Kickstarter no es una tienda y que un porcentaje de proyectos no se materializará”

La transparencia en los términos de uso es otra de las obsesiones de Indiegogo, que también cuenta con un equipo de seguridad cuyo trabajo consiste en asegurarse de que los proyectos cumplen con lo que prometen. “La multitud —el conjunto de usuarios— reporta las campañas que parecen fraudulentas para que podamos investigar. Además de los algoritmos, por supuesto”, afirma John Eddy, responsable de comunicación para la plataforma. “Y dependiendo del caso, se realizan llamadas o se acude en persona”.

A pesar de todas estas precauciones, Eddy recuerda que el fraude no es tan habitual como el retraso de un proyecto o su fracaso definitivo y añade que el primero tampoco suele ser dramático. “Cuando hay un retraso y los emprendedores lo avisan, los patrocinadores suelen entenderlo y agradecen la información”, aclara.

Los patrocinadores no son inversores

Sean Leow rechaza hablar de inversores en proyectos de crowdfunding. En su opinión, se trata de un nuevo tipo de intercambio de valores. Al fin y al cabo, no todas las ideas creativas están destinadas a ser vehículos de inversión. “Nuestro modelo tiene sus raíces en una larga historia de patrocinio artístico e independencia creativa: Alexander Pope, Mozart y Walt Whitman tenían suscriptores que les pagaban antes de producir obras creativas”, sostiene.

Según Leow, la gente apoya las iniciativas de crowdfunding por muchas razones, pero ganar dinero a costa de artistas y creadores no es una de ellas. “Cuando los proyectos creativos escapan a la necesidad de generar ganancias, el resultado es una cultura más vibrante y diversa”, defiende.

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