17A - El día que la cuarentena se rompió

El día que renació la grieta: una clase media sin liderazgos volvió a mostrar su rechazo al estilo K

La protesta masiva tuvo más similitud con los cacerolazos que con las marchas de apoyo a Macri. El tema corrupción tuvo más protagonismo que la cuarentena

Más que una crítica contra la cuarentena o la política sanitaria del Gobierno, la jornada de protesta dejó postales de la interminable «grieta» argentina. Y, además, confirma el fin de la «luna de miel» de Alberto Fernández, cuya gestión ya tiene una fuerte corriente de opinión crítica.

Y la manifestación dejó en evidencia que hay un sector de la población con necesidad de salir a manifestar su rechazo.

El politólogo Jorge Giacobbe (h) le puso números a la situación: después de haber alcanzado un pico de imagen positiva de 68 puntos en marzo, ahora la aprobación al Presidente se desplomó a un nivel de 37, que es similar al que contaba en el momento previo al estallido de la pandemia.

A pesar de los esfuerzos de Alberto por mostrar gestos de moderación y de diálogo con sectores del empresariado, y a pesar de las advertencias sobre el potencial riesgo de contagios que implican las reuniones callejeras, los actos mostraron una masividad que superó a las convocatorias anteriores. Y que, además, alcanzó a casi todo el territorio nacional, incluyendo zona de predominio político peronista.

Un paneo a las imágenes y sonidos de los actos de protesta en todo el país confirmaron lo que se sospechaba en la previa: que cada uno de los concurrentes podía esgrimir motivos diferentes para salir a expresar su enojo.

Es así que algunos se quejaron de la crisis económica consecuencia de la obligada parálisis de la actividad comercial, otros cuestionaron la eficacia de las medidas sanitarias y hasta se escuchó a quienes hasta ponen en duda la propia existencia de la pandemia. Pero, acaso más que las quejas vinculadas a la cuarentena, se vieron carteles y se escucharon consignas de repudio a la propuesta de reforma judicial, a la que se asocia con un intento de impunidad para quienes están procesados por hechos de corrupción.

Se vieron carteles alusivos a la efeméride patria de San Martín y las ya clásicas apelaciones a la defensa de las instituciones republicanas.

No faltaron quienes expresaron su preocupación por el agravamiento de la ola delictiva y por la posibilidad de que haya delincuentes que, ante la pandemia, sean beneficiados con régimen de prisión domiciliaria.

Y, en las zonas más ligadas a la producción agrícola –que fue donde nacieron las protestas masivas luego del decreto por la expropiación de Vicentin– se notó la persistencia de un temor al avance contra los derechos de propiedad.

Y, como situación política novedosa, hasta se destacó la presencia de una incipiente militancia de corte liberal, que tiene como referente al economista Javier Milei y que enarboló consignas algo extravagantes, como la que pide por el cierre del Banco Central.

El obelisco, epicentro porteño de la jornada de protesta contra el Gobierno

El Obelisco, epicentro porteño de la jornada de protesta contra el Gobierno

Entre los viejos cacerolazos y el liderazgo ausente

En definitiva, el listado de motivaciones para asistir a las marchas y actos de protesta en todo el país fue extenso y variopinto. Pero todos los manifestantes y todas las consignas tuvieron un denominador común: el rechazo a Cristina Kirchner y una acusación latente de que el kirchnerismo está preparado para «volver por todo».

Es por eso que toda la cobertura en televisión y en las redes sociales hizo acordar mucho más a los cacerolazos masivos del 2012 que a los actos partidarios del macrismo en la campaña del «sí se puede».

Para empezar, porque, como en aquellas ocasiones, la convocatoria no surgió de una cúpula partidaria sino de «autoconvocados» de diversas extracciones, que en vista del éxito de anteriores «banderazos» ya adoptaron la estrategia de manifestar en las fechas patrias y organizan la convocatoria desde las redes.

Prácticamente no se vieron banderas ni distintivos de colores partidarios, porque los manifestantes prefirieron utilizar símbolos nacionales.

Los políticos opositores ocuparon un evidente segundo plano, en algunos casos hasta con cierta incomodidad por la posible fisura interna que se pudieran ocasionar. Por caso, Patricia Bullrich, que preside el PRO, asistió «a título personal» pero los sus compañeros de partido que ocupan cargos de gobierno, como Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli no solamente no acompañaron la convocatoria sino que la calificaron como «inconveniente».

Algo similar ocurrió en la Unión Cívica Radical, donde dirigentes se hicieron presentes por iniciativa personal, como Alfredo Cornejo, que preside el partido a nivel nacional, mientras que correligionarios de alto perfil, como el gobernador jujeño Gerardo Morales, están afectados por el virus.

Y estuvieron los referentes como Luis Brandoni, cuyo video para apoyar la marcha y la promesa «nos van a escuchar» provocó una mayor grieta interna en el gremio de los artistas. Brandoni, junto a Hernán Lombardi, ex  director del sistema federal de medios, fueron de los escasos asistentes que respetaron el protocolo de los dos metros, para lo cual se valieron de «flotadores» de piletas que motivaron comentarios socarrones en los medios de comunicación. Lo cierto es que esa «distancia social» no existió en la mayoría de las manifestaciones.

Pero lo cierto es que, como ocurría en los viejos cacerolazos, el rol de los dirigentes opositores fue más bien secundario. Y reforzó esa sensación el hecho de que no haya habido parte oratoria ni un texto con una proclama que justificara la protesta.

En cambio, fueron más que elocuentes los cánticos, los carteles de confección casera, las declaraciones de manifestantes ante los medios y los mensajes en las redes sociales. La profusión de alusiones al hartazgo sobre un estilo de gobierno al que se percibe como autoritario y las apelaciones a salir a la calle en defensa de los valores democráticos remiten directamente al momento de peor confrontación vivido durante el segundo mandato de la ex presidenta.

Si algo confirmó la jornada de ayer es que el antikirchnerismo goza de buena salud. Y mantiene la capacidad de sacar a la calle a una vasta corriente de la opinión pública que no tiene tradición de militancia política. El rechazo a la figura de la ahora vicepresidenta fue uno de los rasgos más notorios de la jornada, lo cual quedó evidenciado en las múltiples alusiones al intento del Gobierno por querer consagrar la impunidad de los acusados por corrupción.

Lo raro del momento es que esa vitalidad de la opinión antigubernamental no necesariamente se refleja en un fortalecimiento de la oposición. De hecho, hasta se oyeron reproches hacia el gobierno porteño de Rodríguez Larreta.

Y quien podría intentar erigirse en líder natural de este movimiento, el ex presidente Mauricio Macri, no está en la mejor situación. El hecho de haber viajado a Europa en el peor momento de la crisis motivó críticas incluso dentro de su corriente política, donde hay quienes temen que esa actitud pueda ser interpretada como un gesto de desapego y una reafirmación de privilegios de clase alta.

Lo cierto es que Macri, que en octubre pasado había logrado llenar la avenida 9 de Julio en la «marcha del millón» podía haber intentado retomar esa demostración de militancia para consolidar su rol de líder opositor. Pero hoy aquella marcha parece ya muy lejana para un país con problemas acuciantes.

La paradoja es que quien está ayudando a que Macri vuelva a ocupar un rol protagónico en esa «grieta» es el propio kirchnerismo, que está deslizando que el ex presidente es el verdadero ideólogo y organizador de la jornada de protesta.

En cuanto a Cristina Kirchner, se limitó a publicar en las redes un llamado a la unidad nacional, al replicar una frase del prócer, junto con un video del 17 de agosto de 2015, el último año de su presidencia.

El rechazo a la reforma judicial, la consigna de mayor protagonismo en la jornada

El rechazo a la reforma judicial, la consigna de mayor protagonismo en la jornada

La batalla por la interpretación

Como en todo evento importante de la grieta, hay dos peleas: la primera es el desafío por copar la calle, que esta corriente opositora consiguió de manera contundente; pero ahora empieza la segunda, que es la pelea por la interpretación mediática sobre el significado de la manifestación.

Es así que desde los medios afines al Gobierno se ha intentado caracterizar la convocatoria como exclusivamente motivada por la negativa a la cuarentena. Es así que han abundado críticas a la «irresponsabilidad» de quienes organizaron la marcha, a la que se llegó a calificar como «bomba epidemiológica».

Se ha comparado a quienes critican la política sanitaria del Gobierno con los «terraplanistas» que niegan razones científicas. Y, por sobre todo, la imagen que se trata de instalar es la del egoísmo de sectores privilegiados de clase media alta que anteponen su incomodidad por no poder practicar deportes y concurrir a reuniones sociales, por encima de los cuidados sanitarios de toda la población.

En la vereda de enfrente, la cuarentena casi que quedó en un segundo plano, en una jornada donde las principales manifestaciones de repudio fueron hacia el estilo kirchnerista de gestión y su vocación intervencionista en el sector privado. Y, por supuesto, la crítica a la reforma de la justicia.

Medios como C5N se ubicaron en el epicentro de la grieta, al aparecer como blanco preferido de exaltados de modos violentos, que insultaron a los periodistas y debieron ser contenidos por el cordón policial para evitar agresiones a los móviles de transmisión. Es ya un clásico de estas marchas el cruce de acusaciones sobre si esos agresores son verdaderos manifestantes o infiltrados que tratan de desviar el foco de atención y desprestigiar la protesta.

En los medios de línea opositora, los editorialistas se solazaron con las imágenes de la masividad de la protesta e hicieron hincapié en que el Gobierno incurriría en un error si decidiera ignorar el significado político de esa expresión popular de la misma forma que el kirchnerismo en tiempos de Cristina asimilaba a todos los «caceroleros» con gente irritada porque no podía comprar dólares para vacacionar en Miami.

Lo curioso es que hasta en medios notoriamente opositores, como el diario La Nación, se evidenciaron síntomas de la grieta. Un comunicado gremial de trabajadores del diario criticó a la dirección por entender que dar una cobertura periodística de la jornada de protesta implica un aliciente a infringir normas de seguridad sanitaria. Ese comunicado –que dividió a la redacción del diario- fue uno de los temas que motivaron más comentarios en las redes.

Mientras tanto, Alberto Fernández, que hizo su discurso y homenaje a San Martín en la mañana, siguió los eventos desde Olivos. Y, como ha intentado en los ocho meses de su gestión, intenta el difícil equilibrio para cumplir su promesa de terminar con la «grieta» pero sin sonar demasiado irritante para el kirchnerismo duro.

Es una misión difícil en un país que ha vuelto a demostrar la polarización. Ya no hay cacerolas ni se difunde el programa 6-7-8, pero la vieja grieta ha demostrado que está más viva que nunca.

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