JUSTICIA, UN BIEN PERDIDO POR LA SOCIEDAD
Como si fuera una película épica donde se mezcla la realidad y la ficción, donde el enemigo público es nada más que la víctima.
Es la infausta traición del poder, por propio poder… es regodearse en la mera esencia de la vanidad que otorga la cumbre victoriana del sillón, que indica quien lleva la batuta del poder llamado “Justicia”.
Justicia para quién, lo justo llega a ser injusto para la víctima y un premio para el victimario.
El horror está en la calle cuando el ciudadano desbordado por el hartazgo de malgastar tiempo y zapatos en interminables pasillos llenos rostros desolados, con el comentario en voz baja diciendo (esto pasa siempre, son liberados los chorros, los dejan salir como si nada). Las voces en los pasillos solo resuenan como sordas campanas intimidadas por el miedo y el respeto que se merece el dictamen, donde nadie es nadie para contradecir lo dicho por su eminencia.
Mientras tanto madres, hijos, esposos de las víctimas gastan su tiempo organizando marchas, llevando redoblantes que solo provocan un nudo en la garganta ante tanta impunidad llevada en andas hacia los atriles de los fueros, las bombas son gritos con las cuerdas vocales destrozas de tanta pena, impotencia y desidia demostrada en papeles firmados y sellados, sentenciados a sentir dolor eterno.
La dirección social de en la cual estamos encaminados, con el poder del lado incorrecto, este poder que brinda una ley para quien está en contra de las instituciones, en contra de la familia, del derecho a transitar en paz, donde tenemos que autoprotegernos sin dañar al que nos viene a dañar porque si es tocado por una mota de polvo, vos ciudadano que trabajas dia tras dia, y velás por el fruto de tu trabajo, serías culpable de todo lo que se pueda ser culpable.
Es por eso que cuando un chorro cae en manos de los ciudadanos, ahí en ese preciso momento se dispara una explosión de adrenalina mezclada con imposibilidad de ser partícipes de una mota de justicia, ellos “la turba” “los bárbaro” encuentran el regazo y escriben su propia ley, su propia justicia, aquella que debe ser respetada e impartida esa justicia que ya no está a su alcance, redactan su propia ley en la que dice estrictamente que los bienes personales son intocables, que no se puede robar a un niño, abuelo o adulto. Dicta también que si quieres un bien, tienes que trabajar para conseguirlo, sino la dura mano de una sociedad caerá sobre su integridad sin ser llevado a ninguna sala de ningún magistrado. Ahí el ciudadano desposeído, ese que grita a los cuatro vientos “Justicia” encuentra una gota de ella y como un sediento en un mar de arena que se aferra a esa ánfora que tanto anhela cada ciudadano de esta Argentina que tanto amamos.