Revelaciones de la biografía no autorizada de Horacio Verbitsky
Tarde o temprano debía suceder. Que alguien que desde hace años ha hecho de la indagación minuciosa del pasado y del presente de tantos personajes de la vida pública argentina, sea a su vez objeto de escrutinio; que quien se ha autoerigido en juez moral y político de un proceso del que fue parte, sea a su turno sometido a "indagatoria", no resulta del todo sorprendente.
El desafío lo asumió el periodista Gabriel Levinas, con la colaboración de Marina Dragonetti y Sergio Serricchio, y el resultado es Doble agente. La biografía inesperada de Horacio Verbitsky (Sudamericana, 2015), de inminente aparición, y que ha sido objeto de polémica y de refutaciones incluso antes de su publicación.
A través de una detallada biografía, los autores se abocan a la tarea de resaltar las contradicciones y claroscuros de las varias décadas de trayectoria profesional y política del periodista Horacio Verbitsky – «el Perro», como fue bautizado por su carácter gruñón-, conocido por sus notas de investigación y por los libros en los que, entre otros temas, denuncia la corrupción o la complicidad con la dictadura de personalidades públicas y de instituciones.
«Una historia de la incapacidad arrogante para asumir los errores del pasado, de lo turbio y de la traición»
Como lo señala con acierto Alejandro Katz en el prólogo del libro, Verbitsky tuvo protagonismo en los años 70 y hoy es «una de las figuras que más incide en el debate público» de lo ocurrido en aquella etapa, y «en el modo en que desde el presente se juzga ética y jurídicamente» a varios de los protagonistas, incluso a algunos que «cumplieron papeles significativamente menores que los que él cumplió y que, no obstante, son objeto de su análisis, de su pluma incisiva y, lo que es peor, de la acusación que su dedo tronante lanza sobre ellos».
Levinas, en tanto, define a su biografía «inesperada» como «una historia de la incapacidad arrogante para asumir los errores del pasado, de lo turbio y de la traición», frase que anticipa que no será nada tierno con su protagonista.
Las acusaciones que el libro formula –y en algunos casos insinúa- son efectivamente de grueso calibre, en especial para quien en estos años ha ejercido un papel de implacable fiscal y hoy se ve sentado en el banquillo.
El disparador de Doble Agente fue el testimonio de Pedro Güiraldes, hijo del Comodoro Juan José Güiraldes, acerca de que la colaboración de Horacio Verbitsky con su padre no fue meramente de «editor» o «asesor» para un libro técnico sobre la Aeronáutica – El poder aéreo de los argentinos, publicado en pleno Proceso- sino que incluyó el carácter de ghost writer de discursos de los mismísimos jefes de la Fuerza Aérea, en el preciso momento en que estos integraban la Junta militar que dirigió la dictadura más represiva de nuestra historia.
El libro está basado en investigación documental, pero también en testimonios orales, algunos previsibles, como el de Patricia Walsh, hija de Rodolfo Walsh, con quien Verbitsky militó en FAP y Montoneros, o los de colegas como Miguel Bonasso, Silvina Walger o Alfredo Leuco. Pero también hay otros inesperados como el del ex gobernador bonaerense y candidato al mismo cargo, Felipe Solá, quien conoció a Verbitsky en un paso fugaz por la redacción del diario Noticias y lo recuerda como un tipo «divertido, (…) nada que ver con el Verbitsky de ahora», pero lo tilda de «ingrato» por no haber ido al sepelio de Güiraldes.
Dictadura y derechos humanos
Las acusaciones contra Verbitsky de una colaboración con la dictadura a través de su trabajo con este comodoro se basan en copias de un supuesto contrato del periodista con la Fuerza Aérea para la redacción de otro libro y en pericias caligráficas a papeles manuscritos encontrados en el archivo de Güiraldes que probarían el carácter de redactor en las sombras de discursos de jefes aeronáuticos de Horacio Verbitsky.
Pero más allá de la autenticidad o no de esos documentos, el libro subraya algunas contradicciones que el «Perro», en las veces en que fue interrogado al respecto, no ha explicado de modo convincente. Por ejemplo, su argumento de que en el año 1974 emigró al Perú porque tenía información fehaciente de que la Triple A lo iba a ejecutar contrasta con el hecho de que, a fines de 1975, cuando era inminente el golpe de Estado contra Isabel Perón, regresó al país y permaneció en la Argentina durante toda la dictadura, militando en Montoneros y circulando con su propio nombre. Hay testimonios en el libro acerca de que Verbitsky visitaba a su padre moribundo en el hospital en el año 1979, así como que por esa misma época frecuentaba la oficina de Güiraldes, ubicada en la calle Paraguay al 700, a escasos metros del Círculo de la Fuerza Aérea.
«Nunca dio una explicación convincente de por qué decidió quedarse esos años en la Argentina a pesar de todos los riesgos»
Al respecto, Levinas dice que él y su equipo estuvieron tratando de entender cómo pasó «(Horacio) de escapar de la feroz persecución y represión de 1976 a trabajar para la Aeronáutica desde 1978 hasta 1982, ‘protegido’ por el comodoro Juan José Güiraldes y caminando diariamente por el centro de Buenos Aires durante los años más duros de la dictadura del general Jorge Rafael Videla».
«Verbitsky nunca dio una explicación convincente de por qué decidió quedarse esos años en la Argentina a pesar de todos los riesgos que entrañaba», sentencia.
El libro retoma también otras acusaciones ya formuladas por distintas personas contra Verbitsky, como su participación en el diseño del más letal de los atentados perpetrados por Montoneros –una bomba en el comedor de la Superintendencia de la Policía Federal que causó 24 muertos- y de otro –fallido- contra Videla, en el cual murió el chofer de un camión que pasaba circunstancialmente por el lugar.
Verbitsky niega todo. Pero sean ciertas o no estas acusaciones, hay algo llamativo –o chocante- en el hecho de que un ex miembro de una organización que nació a la vida pública con un hecho violento, que abrazó la violencia como método de lucha y que consideraba legítimo eliminar físicamente al enemigo –entendiendo por tal a cualquier miembro de las fuerzas armadas y de seguridad y a cualquier civil que no compartiese sus ideas-, se recicle en democracia como referente de la defensa de los derechos humanos. Es por lo menos impúdico. Para colmo, como lo recuerda el abogado y cofundador del CELS, Marcelo Parrilli –citado en el libro-, Horacio Verbitsky no participó de la etapa fundacional y épica de ese organismo, cuando un grupo de abogados se reunió, todavía en dictadura, para empezar a asistir legalmente a los familiares de las víctimas de la represión ilegal. Verbitsky llegó al CELS muchísimo después, bien avanzada ya la democracia.
Otra contradicción que destacan los autores es el hecho de que, a fines de los 60, Verbitsky demonizaba, desde el semanario de la combativa CGT de los Argentinos, a la Fundación Ford como brazo directo de la CIA, pero en los 90 se sumó a un organismo –el CELS- financiado por esa misma Fundación.
Enfrentado con la Alianza y «en la gloria» con Rodríguez Saá
Levinas se vuelca luego también al análisis del protagonismo del «Perro» en democracia, cuando empieza a adquirir notoriedad pública. Primero, en los 90, por sus resonantes denuncias de corrupción y de connivencia entre jueces y gobierno.
Después, los autores también recuerdan que Verbitsky tenía «varios aliados y amigos» en el gobierno de Fernando de la Rúa, pero la «tibieza» del presidente radical con las causas contra su antecesor, Carlos Menem, y la negativa a considerar sus ideas en materia de derechos humanos lo llevaron a ser un acérrimo crítico de la gestión de la Alianza. Fue así que tomó distancia de aquel gobierno y volvió a su rol de «periodista crítico e inquisitivo».
Caído De la Rúa y pasados los luctuosos episodios de diciembre de 2001, la llegada de Adolfo Rodríguez Saa entusiasmó a Verbitsky. Una de las primeras medidas del puntano fue recibir a Hebe de Bonafini y a las Madres de Plaza de Mayo, lo que generó simpatías en el «Perro». En aquellos vertiginosos días, Verbitsky fue invitado a un programa de televisión y deslizó una sugerente frase para definir al fugaz presidente: «Es como los ríos de montaña: trae mugre, pero también agua cristalina».
La efímera presidencia de Rodríguez Saá fue «una semana de gloria» para Verbitsky: fue escuchado por el «Adolfo», al punto que logró colocar en su gobierno a Jorge Taiana, como secretario de Derechos Humanos, y a Teresa González Fernández -por entonces esposa de Felipe Solá-, en Cultura y Comunicación.
Su rol en el kirchnerismo
Levinas, Serrichio y Dragonetti consagran bastante espacio del libro a las relaciones de Verbitsky con el kirchnerismo y su rol como «operador político» desde sus columnas e investigaciones en Página 12. Dan cuenta de la desconfianza mutua entre él y Néstor Kirchner y cómo las cosas cambiaron con la asunción de Cristina Fernández, a quien el «Perro» consideraba ideológicamente más «pura», mientras que a Néstor lo catalogaba como un exponente del PJ. Los autores hacen notar que la diferenciación que Verbitsky hacía entre ambos también se reflejaba a la hora de sus declaraciones públicas o sus notas. Al respecto, destacan que cada vez que el periodista nombra a la Presidente, lo hace como «Cristina Fernández», evitando su apellido de casada.
Verbitsky llamaba a Néstor Kirchner «vocero de Repsol» por su papel en la privatización de YPF
Uno de los entrevistados para el libro, Alberto Fernández, recuerda las duras críticas que Verbistky lanzaba contra Néstor antes de que éste llegara a la Casa Rosada. Lo llamaba «vocero de Repsol» por su papel durante la privatización de YPF y además no dudaba en hablar de «Reich santacruceño» al referirse al terruño gobernado por Kirchner durante el menemismo. La relación entre el ex presidente y el periodista «era difícil», rememora Fernández.
Una anécdota, también de Fernández, refleja lo que Néstor pensaba sobre Verbitsky y cuál era su idea para sumarlo a sus filas. En el transcurso de una cena con Cristina, Rafael Bielsa y su esposa, surgió el tema del «Perro» y Kirchner deslizó: «A ése, si le doy un pedestal donde treparse y un espejo en el que admirarse, lo ordeno». El «pedestal» fue el retiro de los cuadros de Videla y Bignone del Colegio Militar, una vieja idea de Verbitsky, que Kirchner hizo realidad el 24 de marzo de 2004. Ese recordado episodio sirvió para «ordenar» al periodista.
A partir de allí, los autores sostienen que Verbitsky se hizo fuerte desde el CELS, filtrando los ascensos de los militares e influyendo en nombramientos de candidatos argentinos a organismos internacionales específicos, como la CIDH. En el medio, «sembró cizaña» con la cúpula de la Iglesia, en particular entre el por entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio y el Gobierno.
La crisis del campo acentuó su rol de operador periodístico para los Kirchner e instrumento de carpetazos
La designación de Nilda Garré -una amiga- en el Ministerio de Defensa marcó «el mayor nivel de llegada» de Verbitsky con el kirchnerismo, aunque aumentó notablemente a partir de marzo de 2008, con la crisis del campo. Desde ese momento, aseguran los autores, se dio el «rol principal» del «Perro» para los Kirchner, como «operador periodístico e instrumento de carpetazos». Así se suceden distintas operaciones lanzadas desde su hábil pluma, aunque la mayoría no tuvo éxito. Por eso el libro ironiza sobre el papel de Verbitsky, como el «tirador de la primera bala de una derrota».
¿Algunos de los carpetazos? La campaña sucia que vinculó con el narcotráfico a Francisco de Narváez -al que Verbitsky llama despectivamente «el colombiano»-, durante las legislativas de 2009; la conflictiva salida de Martín Redrado del Banco Central; el sospechoso robo a la casa del díscolo Sergio Massa en la previa de su primera elección por fuera del kirchnerismo y la misión de «embarrar la cancha» tras la muerte del fiscal Alberto Nisman.
Verbitsky, a quien el libro resume como un «constructor de poder», rechazó ser entrevistado para la investigación. En un principio había aceptado, pero luego se arrepintió y sólo aceptó responder un cuestionario por escrito, que fue agregado como apéndice al final del libro. En sus respuestas, negó haber tenido vínculos con los militares de la dictadura e intentó aclarar su rol en la organización Montoneros. «No fui un hombre de inteligencia», dice sobre su participación en la guerrilla peronista.
Hubo un segundo intento de que respondiera otro cuestionario, a raíz de nuevas evidencias que los autores encontraron sobre su posible relación con la Fuerza Aérea durante el Proceso, pero esta vez el «Perro» se negó. A través de una escueta nota de su secretaria dijo que, para él, el tema estaba cerrado.