En las filas del expresidente creen que así como el análisis del celular de su exsecretaria privada María Cantero, en la causa de los seguros, terminó con Fernández acorralado por la causa de violencia de género contra Fabiola Yañez, el reciente secuestro de su celular puede derivar en un “tsunami” de nuevas causas, según se animó a pronosticar una persona que supo integrar su entorno durante los años de gestión. No es el único. La preocupación está extendida.
Fernández prácticamente nunca usaba Telegram, la más segura de las aplicaciones de comunicación telefónica, salvo para comunicarse con Cristina Kirchner. Tampoco usaba la configuración predeterminada para que después de un tiempo establecido se borraran las conversaciones automáticamente en su WhatsApp. Además, según sostienen cerca suyo, tampoco borraba personalmente los chats. Mantiene el mismo número desde que se unió a la telefonía celular en los años 90. Y ese número era lo suficientemente público como para que hablara con distintas personas.
También, como se comenzó a conocer esta semana, Alberto Fernández almacenaba fotos y videos de las mujeres con las que mantenía algún tipo de vínculo. Eso, aunque bochornoso, es lo que menos preocupa a su entorno, que teme por el contenido de los chats con políticos, sus funcionarios y hombres y mujeres de los otros poderes del Estado.
Quienes lo conocen de cerca no confían en que haya borrado nada y que, si lo llegó a hacer, fue tan rústico y reciente que es más que factible que los peritos judiciales puedan recuperarlo. Incluso sospechan que puede haber intervenciones suyas no solo a nivel político, sino también en causas judiciales que, eventualmente, podrían complicar a terceros. “A Alberto se le cayeron las distintas banderas que levantó, como la del feminismo y la de la corrupción, pero a partir de ahora no sabemos qué más puede caer”, evaluó un peronista de “paladar negro” que por estas horas aguarda novedades.
En esa línea, creen también que el exmandatario paga ahora por lo que no supo construir en sus cuatro años de gobierno: “Ni relaciones políticas, ni judiciales, ni mediáticas”, sostiene alguien que conoce de cerca su mandato. Tampoco construyó lealtades entre sus alfiles, varios de los cuales fueron los primeros en perder sus cargos ante cada avanzada del kirchnerismo. Por estas horas todos lucen decepcionados con su proceder y buscan distanciarse de él, convertido a esta altura en una suerte de mancha venenosa.
Fernández pasa sus horas más dramáticas encerrado en el departamento de Puerto Madero, acompañado por su hermano, Pablo Galíndez, y su exjefe de custodia, Diego Sandrini, quien lo acompañó en los cuatro años de su gestión y conoce, como pocos, todos sus secretos. Mientras que su entorno luce cada vez más alejado después de las revelaciones del último jueves, cuando se conocieron fotos de Yañez con marcas de golpes y chats que podrían comprometerlo judicialmente.
El último sábado, cuando Fernández tomó conocimiento de que al día siguiente se conocería el caso, escribió a dos de sus íntimos: el exministro y exembajador Alberto Iribarne y el exsecretario de presidencia Julio Vitobello. Los mensajes eran preocupantes, por lo que ellos corrieron hacia la torre River View.
Fernández les dijo a ellos, y otros interlocutores, que las acusaciones eran mentira. “Una canallada”, afirmó. Juró que nada de todo eso era cierto y habló de extorsiones. Algo similar había hecho, recuerdan excolaboradores, cuando se destapó el Olivos Gate. “Lo negó a muerte hasta que dos días después aparecieron las fotos y el video”.
El nuevo escándalo y la depreciación de la palabra del expresidente inclinaron la balanza hacia su prácticamente completa soledad actual. “Hay dolor y bronca. Se confió en él y se hicieron sacrificios personales para acompañarlo… y ahora terminar todos salpicados así”, mascullaba alguien que lo conoce bien.
En su entorno están convencidos de que la desprolijidad que caracteriza al exmandatario, tanto en el manejo de sus dispositivos, como en sus relaciones personales y profesionales, es total. En ese sentido, enumeran que Alberto Fernández “siempre se manejó por las suyas”, con un teléfono cuyo número “tenía todo el mundo” y con el que hablaba sin intermediarios con periodistas, incluso dando largas entrevistas que le valían reproches internos por la cantidad de tiempo y temas a los que se exponía.
No faltan quienes todavía recuerdan a una persona que en tiempos de campaña se había ganado el apodo del “degustador”: era quien por la noche se dedicaba, desde la cuenta del ahora expresidente, a sacar los “me gusta” de las publicaciones que Fernández le daba a diferentes mujeres.
Fernández se reunió el miércoles con su abogada en la causa seguros, Mariana Barbitta, quien no llevará adelante el caso de violencia de género. Lo hará Silvina Carreira, una abogada civilista, alejada de los flashes y con estudio en la ciudad de Lanús. Quienes conocen a Fernández prácticamente no dudan que será el expresidente quien, en las sombras, diseñe su propia estrategia. Como lo hizo durante el “Olivos Gate”.
Eso es para, algunos de los que lo conocen bien, una muestra del “narcisismo” de Fernández. “El siempre creyó que nada malo le iba a pasar y que el tiempo no iba a hacer sino rescatar su figura”, sostienen. Una convicción que hoy luce abismalmente errada.
Y recuerdan una anécdota que, para muchos, define sus proceder. Fue cuando un día “levantó” a una persona durante uno de sus trayectos entre la Quinta de Olivos y Casa Rosada, manejando su auto –algo que la custodia siempre le sugirió que no hiciera–. En un semáforo, subió a su auto a un hombre que le pidió ayuda, lo llevó hasta la sede de Gobierno y allí solicitó que lo asistieran para conseguir trabajo. Cuando empleados de la Casa Rosada iniciaron el trámite, ingresaron el DNI del desconocido, para descubrir que tenía antecedentes penales. /Por Cecilia Devanna – La Nación