Política

Vacunas de privilegio

Funcionarios que se sienten dueños del Estado parecen haberse complotado con personajes supuestamente influyentes que hacen jactancia de sus prebendas para degradar aun más, si cabe, la escasa fe de la gente en la clase política contemporánea

La naturalidad con la cual Horacio Verbitsky contó públicamente cómo recurrió al acomodo para vacunarse -”llamé a mi viejo amigo Ginés”, dijo, con total desparpajo- se vincula con la conducta autocrática de funcionarios que sólo encarnan al Estado a la hora de servirse de él.

Estamos frente a un estado de cosas en el cual de un lado tenemos a funcionarios con una desidia manifiesta para resolver las necesidades cotidianas de la sociedad argentina y una celeridad más manifiesta aun para hacer favores a los amigos. Como si fuesen un Luis XIV contemporáneo -”el Estado soy yo”-, se enseñorean en los despachos oficiales con el solo objeto de conservar los privilegios personales y los de su círculo.

Del otro lado, nos encontramos con la soberbia de un influyente Verbitsky que, cuando confirma que en el Ministerio de Salud estaba funcionando un vacunatorio para los amigos del poder, impacta de una manera impensada hasta ese momento por el grado de impunidad ética y política que exhibe. Una soberbia que es producto de los excesos de autorreferencia del personaje por la forma en que se le remiten intelectualmente el Presidente de la Nación, la Vicepresidente y hasta el último cuadro de La Cámpora.

Impensado también por parte de quien hace unos años desembarcó en el CELS -ya bien entrada la democracia- para armarse un currículum en derechos humanos y disponer de una herramienta de denuncia e interpelación del poder. Hasta que éste le abrió sus puertas.

El amiguismo, el acomodo, el abuso de poder, en mayor o menor grado, existieron siempre, pero es innegable que en los últimos tiempos el fenómeno ha ido in crescendo.

Verbitsky le aporta ahora la jactancia. La sumatoria da como resultado un desprecio casi absoluto hacia quienes en este país están sometidos a la dura lucha por la supervivencia cotidiana y, en esta coyuntura en particular, a los avatares de una incierta provisión de vacunas. Mayor todavía es el desprecio hacia quienes están en la primera línea de batalla contra la pandemia de coronavirus -y no tienen garantizada la vacuna en su totalidad- y hacia quienes pertenecen a un grupo de riesgo, por edad o por comorbilidades, y que deben esperar con paciencia y resignación su turno porque no tienen posibilidad alguna de tomar un atajo como lo han venido haciendo impúdicamente los únicos privilegiados del kirchnerismo: ellos mismos.

Sorprende que hasta los jóvenes de La Cámpora, que juran por la militancia y hacen un usufructo mediático de la vacunación, se hayan lanzado a la apropiación facciosa de una política pública, cuyo único destino debería ser la prevención de la salud.

La revelación sobre los favores otorgados por el “viejo amigo Ginés” desde el Ministerio de Salud acrecienta la sospecha de que en la campaña de vacunación se privilegia a los que están en la cercanía del poder por encima de los que desempeñan labores esenciales o de los que se encuentran en riesgo sanitario.

Será una de las consecuencias, no menores, de este escándalo que salpica no sólo al funcionario renunciado sino también a la cabeza -bicéfala- del Ejecutivo, por sus peculiares vínculos con el otro protagonista; el influyente.

Es que los alardes del Verbitsky de hoy traen ineludiblemente reminiscencias de la entrevista que le hizo al Presidente de la Nación en octubre del año pasado, en la cual antes que como periodista pretendió mostrarse como un jefe intelectual que lo interpelaba.

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